Todo se basa en creer. Las creencias, esos pensamientos humanos que nos hacen dar por verdad o mentira los sucesos que nos rodean. Podemos pensar que el espíritu es una creencia y que dos mas dos es una certeza, pero eso no es cierto. Todo lo que maneja nuestra mente son creencias; la ciencia, la religión, el arte, todas las formas de conocimiento se basan en creencias. De esa forma, cuando por ejemplo usamos ácido acetilsalicílico (AAS) para quitarnos el dolor de cabeza, pensamos que el ácido
funciona porque se nos quita el dolor de cabeza. De esta forma creamos nuestras creencias en base a una relación causal. Cuando una causa (tomar medicina) conlleva una consecuencia (curarse) entonces creamos una relación en la que
creemos (la medicina cura). El problema es que solemos establecer el sujeto de la acción en el objeto (medicina) al que otorgamos unas propiedades intrínsecas (curar); y esto no tiene por qué ser así en absoluto, incluso no
suele ser así.
Muchas religiones utilizan estas relaciones causales para otorgar credibilidad y realidad a sus dogmas. El caso mas conocido y estudiado es la muerte vudú. En esta maldición se establece que cuando un brujo maldice a un individuo, este muere al poco tiempo. De forma que usando nuestra capacidad para establecer relaciones causales, llegamos a la conclusión de que el vudú funciona porque sus dogmas son ciertos. Pero esto no es exactamente así.
El v
udú es un colage de creencias religiosas de origen africano llevadas por los eclavos hasta Haití, donde es una creencia mayoritaria, y a otros puntos del planeta como Cuba, Trinidad, Brasil y sur de USA. Se sostiene en unos pilares trenzados por ramas católicas y prácticas africanas ancestrales incluyendo trazas de fetichismo y magia, sobre todo negra. Sus dioses representan preocupaciones comunes a todo ser humano: el amor, la finitud de la vida y la protección del hogar.
En sus aspectos más moderados, sus ritos se practican entre cantos, sonidos de tambores y danzas, pero en sus manifestaciones extremas, sus prácticas son muy agresivas, ya que los brujos sacrifican animales y elaboran las famosas muñecas que atravesadas con alfileres causan dolor a la persona que representan. Junto a esto, la creencia en los zombies -es decir, un muerto resucitado al servicio de un brujo- ha dado la vuelta al mundo.
Muchas personas sucumben a consecuencia del maleficio de un hechicero o brujo.
La magia tiene mucho poder para las personas que creen en ella pudiendo incluso llegar a matar. Pero, ¿cómo se explica que únicamente con los conjuros de un hechicero pueda llevar a una persona a la muerte?
Walter B. Canon, fisiólogo estadounidense, estudió el proceso del embrujo y su naturaleza psicofisiológica.
Un
maleficio puede matar sin tocar materialmente al embrujado (si el maleficio consiste en atravesarle con un hacha, ya no vale). Tienen que darse para ello dos condiciones: que el sujeto lo sepa y que lo sepa la comunidad que le rodea. La fe ciega en el poder del hechicero provoca en el embrujado un sentimiento agónico de ansiedad, que es de continuo reforzado por el resto de los habitantes, los cuales evitan al condenado como si ya estuviese muerto. El embrujado se queda a solas con su agonía, pensando que se muere sin remedio por estar sometido al conjuro. Esta creencia desencadena una gran crisis de ansiedad que produce alteraciones viscerales en el sujeto en cuestión.
Si a esto le añadimos el profundo rechazo social al que el embrujado está siendo sometido y lo reforzamos con las historias de horror que ha oído contar desde niño, el resultado es un cóctel mortal que actúa como un poderoso estímulo condicionado capaz de suscitar en el sujeto un síndrome vegetativo ansioso. Este se carazteriza por una grave disminución del volumen sanguíneo, caída brusca de la presión arterial debida a la permeabilización de los capilares y deshidratación. Es resultado es que toda esta sintomatología termina por provocar una alteración homeostática mortal, una muerte sin lesión, debida al miedo.
En nuestra civilización, estas muertes por brujería son inconcebibles; pero son en cambio, incontables las muertes cuyo origen es igualmente psicógeno. No sé si la ambición extrema a la que nos vemos sometidos o la autopresión a la que nos forzamos, pero poco a poco el miedo al fracaso aumenta y cada vez más esa es la causa de ataques cardiacos en nuestra sociedad civilizada.
Por mi trabajo conozco gente con una variedad amplia de problemas. Antes, estos problemas eran casi siempre físicos, pero la parte psicológica va ganando puestos en nuestra sociedad y este tema de los hechizos de muerte está escalando posiciones, quizá debido a la alta tasa de imigración en nuestro país.
En el centro, un centro de salud normal y corriente, no un centro esotérico, hemos conseguido sacar del embrujo a un para de personas sometidas a hechizos de este tipo. Con apoyo para el rechazo y una medicina:
no creer cada 6 horas.
Tanto es así que estoy pensando en pedirle al estado un aumento por desembrujo.
Bajo otras formas, pues, la muerte vudú no está tan alejada de nosotros como pudiera parecer. Pero ¿hasta que punto es cierto que no creemos y hasta que punto es posible dejar de creer?
Millón de gracias a JL Pinillos por su inspiración y a Dei
por su colaboración y su ayuda en todo