Desciendo el desfiladero a lomos de un caballo que ya no existe. Los míos quedaron atrás, donde los prados eran verdes, donde la hierba crecía cada nueva primavera, donde ahora la noche eterna acobarda a sus habitantes y mata los campos con su negra mano. Nos arrebataron la luz.
Salí hace cuatro lunas con cien guerreros a mi mando para recobrar la luz que nos fue robada. Valientes, amigos, pelearon hasta el final, con todo el amor, con todo el coraje, con todo el corazón. Muchos murieron en el campo, los pocos que quedaron vivos regresaron a casa para dar a los caídos el ritual necesario, para presentar el respeto a las familias. Estaban heridos, demasiado para seguir luchando, para proseguir la búsqueda.
No pude llorar a los que codo con codo lucharon a mi lado, olvidando el dolor de sus heridas por el bien de su pueblo pero ahora, en la soledad, mi mente recuerda y llora viendoles caer uno a uno a manos de los guerreros del destino.
La nieve se hunde a mis pasos y mi piel hace temblar mi cuerpo mientras voy atravesando muros, descendiendo más allá del Reino de los Muertos. Me siento tan sóla en este solitario mundo, en este solitario cuerpo...No sé si puedo continuar mucho más, el peso de mi arma es cada vez más grande, se me hunde en las costillas, me perfora los costados con dureza; pero no hay lugar para el dolor ni para el sufrimiento. Mi gente depende de mí y de mi suerte; y la suerte no existe.
Me arropo en mí misma mientras mis labios tiritan cantos de la aldea que me vio nacer y que hacen que la sangre no se hiele en mis venas, sonidos que aprendí de mis abuelos que calman los espíritus que me siguen hambrientos desde hace días. Esos cantos son mi única defensa,pues no hay armas para matar el hambre de los servidores del destino.
Todo lo que viví ha quedado atrás, lejos de este helador mundo por el que se arrastran mis pies descalzos, sintiendo el ardor ficticio de lo que se congela. La muerte está cerca, la huelo, puedo captar como su sepulcral hedor se mece en el aire frío, se deposita en mis pulmones y me duele, arruga mi cuerpo y alimenta la desesperanza que va colgada de mí. Sólo debo aguantar un poco más, ya casi tengo en mis manos la llave que puede salvar a mi pueblo.
La niebla es tan densa que ciega mis ojos y ensordece los sentidos; no veo luz...no hay luz, no hay nada en este remoto punto del universo. El silencio que precede a los moribundos invade cada
recodo del camino.
Oigo ruido en la oscuridad, detras de mí y mi instinto hace que empuñe la espada.
La respiración se entrecorta en mi pecho, descubro sudor en mi cuello que brota y baja por mis clavículas helando a su paso cada poro de mi piel. Con los ojos entreabiertos vislumbro un vago halo de luz. No sé quién es, parece humano, me acerco...es un niño. Es Él. Es Darg, sólo él puede devolverle la luz a mi pueblo y salvarnos de las tinieblas en las que estamos sumidos.
Me acerco a su lado y la luz que le rodea se hace más intensa, se alimenta de los sentimientos de vida y de la esperanza, que ha vuelto a renacer en mi interior. Está aterido por el frío pero no tiembla, le arropo con la piel que cubre mis hombros. Su cuerpo está caliente; una sonrisa se dibuja en su cara: sus ojos reconocen los míos, nos conocemos desde que el mundo es mundo hace mucho tiempo.
Es el vivo reflejo de su padre, hace que los recuerdos broten y se derramen en lágrimas amargas, desearía tenerle de nuevo conmigo.
Cuernos de muerte cortan el silencio de la noche y hacen estallar mis oídos, me sacan de la ensoñación. Los ejércitos enemigos avanzan.
Tomo el niño en brazos y lucho contra el viento por correr lo más rápido posible. El sudor se congela en las sienes y los huesos parecen quebrarse a cada zancada.
Nos darán alcance si los dioses no se ponen de nuestro lado. Conjuro las fuerzas de los ejércitos que prometieron ayudarnos, de las hordas que los mismos dioses alistaron para nuestra protección en la tierra.
El enemigo arremete, pero cada ataque se frena en la luz que proyecta el pequeño cuerpo que protejo, luminiscencia que entreteje una coraza protectora para ambos.
Las runas no mentían, el protegido es ahora el protector.
Cascos de caballos invisibles resuenan y hacen temblar la tierr
a, cada vez más. Y de pronto, como vomitado por la espesa niebla, aparece ondeando alto el estandarte negro de los aliados de mi pueblo, de los que cayeron en las batallas que los nuestros libraron en todos estos años, ancestros que juraron con su sangre servir en la última batalla.
La niebla despeja la noche, aparecen miriadas de estrellas en un cielo tan negro como nuestro enemigo. No hay espacio para las palabras, nuestros guerreros arrasan las tropas hostiles, sembrando a cada paso pilas de cadáveres a sus pies.
Las hachas invencibles centellean en la noche, derraman sangre que tiñe el suelo níveo de rojo metálico. Espadas se enfrentan brillando en la oscuridad, rompiendo huesos, despedazando cuerpos. La batalla llega a su fín, los alaridos se apagan...
Llega el día, con su rojo amanecer, bañando de luz las miriadas de cadáveres a su paso, salpicando luminiscencia a la sangre de los contrarios caídos.
La profecía se ha cumplido.
Emprendo el viaje de regreso a casa, bañada de la luz de Darg, que brilla como el fuego en la noche. Mi pueblo volverá a tener día, los campos volverán a brillar, recuperamos nuestra luz.